Coleóptero

              —Es un ejemplar rarísimo.
              —Pero es imposible, este coleóptero sólo se encuentra en el Japón y en algunas zonas de América central. Hemos hecho un descubrimiento extraordinario.
              —O puede que pertenezca a algún coleccionista y se ha escapado o lo han perdido.
              —Pero eso sería demasiada casualidad y más que lo encontremos nosotros. ¿Tanto friki de la entomología concentrado en tan poco espacio justo donde aparece caído del cielo?
              —Ten cuidado que puede salir volando.
              —Necesitamos un recipiente. Mira en esa papelera mientras yo lo vigilo.
              —¡Una botella de cuello ancho y un cartón! ¡Esto puede servir para atraparlo!
              —¡Se va, se va! ¡Ha volado hacia la carretera!

              —Mira lo que te he traído.
              —Conseguiste cazarlo.
              —Bueno, en realidad lo tomé de tu mano. Estabas inconsciente pero con el puño cerrado y el bicho dentro, sano y salvo.
              —¿Cuánto tiempo llevo aquí?
              —Dos días. Casi todo el tiempo dormido. Me han dejado entrar un momento, tienes que descansar, te llevaste un buen golpe.
              —He soñado mucho. Soñé que era Gregorio Samsa y en lugar de cucaracha me convertía en escarabajo. Luego he viajado a Egipto, a la época de Los Faraones, yo era un niño de 9 años y tenía una colección de insectos magnífica.
              —Me tengo que ir, no quiero que me riñan los médicos, ya me contarás. Me alegro de que estés mejor.

              —Hola, soy Sara la chica que… te atropelló. Lo siento mucho, de verdad, no sabes lo mal que lo he pasado hasta que me dijeron que te ibas a recuperar.
              —No te preocupes, estoy mucho mejor, me han dicho que tengo que quedarme unos días más en observación, pero ya me encuentro muy bien, y no puedo decir que me aburra, con tanta visita.
              —Yo, perdona… no quería importunarte.
              —Oh, no, de verdad, no lo decía por nada.
              —Sólo quería decirte que no pude esquivarte, no me dio tiempo.
              —Si es que fue culpa mía, iba persiguiendo un espécimen muy raro de escarabajo, salió volando y me fui detrás de él sin mirar.
              —Sí, algo me ha contado tu amigo. ¿Coleccionistas de insectos no?
              —Bueno, sí, es una afición peculiar que tenemos, sobre todo coleópteros.
              —¿Coleópteros?
              —Sí, escarabajos. Si quieres un día quedamos y te enseño mi colección.
              —Estaría genial.
              —También tenemos prevista pronto una excusión. Si quieres apuntarte…
              —Bueno, lo vamos viendo. Intercambiamos teléfonos y estamos en contacto.

              —Papá. No tenías por qué…
              —Como voy a dejar de venir a verte.
              —Un viaje tan largo.
              —Anda déjate de tonterías. ¿Qué tal te encuentras?
              —Estoy bien, aunque un poco desesperado ya.
              —Hijo, ya sabes, estabas muy magullado y los golpes en la cabeza, más vale que te quedes en observación, que te hagan todas las pruebas necesarias, en un par de días en casa.
              —¿Y tú qué tal en tu nuevo destino ¿Vas a instalarte definitivamente?
              —De eso precisamente quería hablarte. Tengo algo que contarte hijo.
              —¡Vaya, vaya! Momento padre-hijo, ¿me he perdido algo?
              —Mamá.
              —Perdonad, estaba escuchando desde la puerta. ¿Y tú estabas a punto de contarle algo a tu hijo? No sé si es eso en lo que habíamos quedado pero bueno.
              —Sí, ya sé que hablamos de esperar a que saliera del hospital, pero lo encontraba tan bien, ha surgido y pensaba que se alegraría con la noticia. Iba a buscarte antes de decírselo
              —Bueno, me parece correcto, ya que estamos todos cuéntale.
              —¿Qué ocurre papá? ¿mamá?
              —Hijo, tu madre y yo hemos decidido darnos una oportunidad. Vuelvo a casa.
             
              —Mi linterna está empezando a no alumbrar bien, voy a volver al coche a por pilas. Os dejo solos, ahora os alcanzo.
              —Vale.
              —Vale, no tengas prisa.
              —¿No tengas prisa? ¿Y eso?
              —Mujer, no sabes que en un espacio tan reducido una persona menos hace que el aire sea mucho más sano y respirable.
              —Ya, ya.
              —¿Qué tal, te gusta la cueva?
              —Es impresionante, no la conocía. Me sorprende mucho, pero ¿sabes qué es lo que más me gusta en este lugar?
              —¿Qué?
              —Tú, tonto, como si no lo supieras.
              —Bueno, sí, tenía alguna sospecha pero no sabía si en realidad te mostrabas amable conmigo solo por tu mala conciencia al haberme atropellado.
              —Tonto.
              —Je je.
              —Pero mira, ahora que lo mencionas, hace tiempo que quiero darte un abrazo, de esos de estrujarse bien.
              —Un abrazo de oso. Muy apropiado.

         Un escarabajo escapa, cumplida su misión. Vuela hacia otros pagos, guiado por invisibles ondas vitales. Su viaje puede durar días, semanas o mucho más; y sólo descenderá, a la altura donde habitan los seres humanos, cuando el algoritmo que lo guía concluya que hay nuevas vidas que unir y enderezar, nuevos caminos que trazar.